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Parlament català

Josep Juanbaró, [email protected] – SDRCA, Assoc. – Les Corts – 9 de desembre de 2021

La comunitat autònoma catalana  disposa d’un Parlament de 135 escons a Barcelona. Les actuals circumscripcions electorals són les 4 províncies catalanes; Barcelona, Girona, Lleida, i Taragona

Malgrat els ajustos que es fan per la població, els possibles vots de les persones físiques no proporcionen el principi d’una persona, un vot

Un possible sistema per ajudar que els 135 escons siguin proporcionals a la població de Catalunya és considerar en primer lloc una circumscripció única que abraci la població de tot Catalunya (llistes tancades). Es desconsideren les províncies

Per compensar amb el territori es proposen llistes obertes, cadascuna per comaques. Hi ha dues excepcions; l’Aran (un territori autònom català) i el Barcelonès ( agrupa la major part de la població catalana)

A efectes pràctics hi ha uns altres 43 espais electorals, incloent la comarca candidata del Lluçanès. L’ajust més important és al Barcelonès: 1 diputat per l’Hospitalet de Llobregat, 1 per Santa Coloma de Gramenet, 1 per Sant Adrià de Besòs, 1 per Badalona, i 10 per Barcelona (els 10 districtes de Barcelona)

Així doncs tindríem 56 diputats territorials més 79 de tota l’única circumscripció catalana (59% dels escons)

Aquest sistema no només pondera territoris i electors sinó que permet definir l’Oficina del dipùtat territorial a cadascun dels territoris. Una forma més plaent donat que el Parlament està distribuït arreu

 

Larga vida a nuestra Constitución

Juan de Dios Ramírez-Heredia – Abogado y periodista – Diputado constituyente – Unión Romaní – 6 de diciembre de 2021

Hoy, día 6 de diciembre, fecha en la que hace 43 años el pueblo español se dio a asimismo el texto normativo más importante de su historia, estoy triste, muy triste porque me gustaría estar en Madrid, en el Congreso de los Diputados, como he hecho durante tantos años para celebrar con mis compañeros de entonces tan gloriosa efemérides.

Pero no, estoy en Barcelona tratando de digerir la rabia y la pena que me causa la decisión de la mesa del Congreso de no invitar a los parlamentarios constituyentes al encuentro que cada año nos permitía evocar juntos una época irrepetible de nuestra historia.

Dicen que la culpa ha sido por la pandemia, pero no es verdad

Y no lo es porque el acto solemne se ha celebrado al aire libre. Se podría entender si hubiera sido en el interior del hemiciclo. Pero no, ha sido en la carrera de San Jerónimo y en la escalinata que da acceso a la Puerta de los Leones donde la presidenta del Congreso ha leído su buen construido discurso. Los constituyentes no hemos sido invitados porque quienes lo han decidido han carecido de la sensibilidad necesaria para entender en qué circunstancias históricas se produjo la redacción del texto constitucional.

Juventud, divino tesoro

Lo escribió Rubén Darío. Sin duda su más conocido poema. Y así de jóvenes son todos los que hoy mandan en nuestro país. Cosa que a mí me parece algo saludable, pero que no deberían olvidar que el poeta completó la imagen diciendo:

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer

     Nosotros, los constituyentes, también fuimos jóvenes —yo tenía treinta y pocos años— y la juventud se nos fue para no volver. Recuerdo que en una de las últimas celebraciones a las que asistí, le manifesté a un compañero de aquella época mi extrañeza porque veía que éramos muy pocos los presentes. “¿Qué ha pasado —le pregunté— acaso no han sido invitados?” No, hombre, no. Es que se han muerto.

Así sucedió y así lo cuento

Permítanme transcribir algunos párrafos de lo que publiqué en 2018 cuando tal día como hoy nuestra Carta Magna cumplió 40 años de edad. Recordaba entonces el día en que el presidente del Congreso, Fernando Álvarez de Miranda, dio la palabra a uno de los secretarios para que procediera a la lectura del contenido de la Disposición Derogatoria con que se cierra la Constitución. Subió a la tribuna el señor Ruiz-Navarro y Gimeno, de la Unión de Centro Democrático y dio lectura, con cierta intencionada torpeza, al texto de la Disposición. Recuerdo que la inmensa mayoría de los diputados gritábamos: “¡Bien, bien, bien!”. Aquello era un clamor. Algunos casi saltábamos exultantes de alegría. La piqueta de la democracia estaba echando por tierra los últimos ladrillos del complejo jurídico que la dictadura había entretejido a lo largo de tantos años. Los constituyentes no queríamos que quedara ni rastro de aquel entramado y estábamos dinamitando los cimientos del franquismo, cuyas piedras angulares se colocaron en plena guerra civil.

“Queda derogada la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, de 26 de julio de 1947, todas ellas modificadas por la Ley Orgánica del Estado, de 10 de febrero de 1967, y en los mismos términos esta última y la de Referéndum Nacional de 22 de octubre de 1945.”

El bueno del presidente había perdido, a estas alturas, el control del Congreso de los Diputados. Aquello no parecía una cámara legislativa. Era más bien la imagen de un instituto de bachillerato, el último día de curso, cuando los estudiantes cierran los libros para disfrutar de unos meses de playa o montaña, lejos de la disciplina y de las obligaciones escolares. El espectáculo mereció ser filmado por muchas cámaras ocultas. Santiago Carrillo sonreía socarronamente. Dolores Ibarruri mantenía una expresión de serena alegría. Rafael Alberti tal vez pensaba que su marinero había encontrado, al fin, un puerto en el que establecerse sin sobresaltos. Manuel Jiménez de Parga, primer Ministro de Trabajo de la democracia y que luego fue Presidente del Tribunal Constitucional no podía disimular su alegría. Felipe González y Alfonso Guerra se abrazaron fraternalmente. Y Adolfo Suárez, el gran artífice del complejo constitucional, impasible en su escaño, con la misma impresionante seriedad con que aguantó años más tarde la entrada de Tejero en el hemiciclo, no podía ocultar un brillo de emoción en sus ojos. Nadie mejor que él, que se había formado al amparo de aquellas carcomidas vigas antidemocráticas, sabía lo que representaba el montón de escombros que tenía ante la vista. Algunos jamás se lo perdonaron.

Pero el delirio llegó cuando Ruiz-Navarro, tomando aire, carraspeando para propiciar que guardásemos silencio, levantando la voz y empinándose sobre su larga y desgarbada figura, leyó:

― “Quedan derogadas cuantas disposiciones se opongan a lo establecido en esta Constitución”.

El Diario de Sesiones, muy parco en sus descripciones, dice tan sólo: “Los señores Diputados, puestos en pie, aplauden el resultado de esta votación”. Pero no fue así. Yo doy fe de ello, porque yo estaba allí y porque participé en la votación como Diputado por Barcelona. Y si hubiera tenido la oportunidad de redactar esa parte del Diario de Sesiones yo habría escrito: “Los señores Diputados, puestos en pie, aplauden desaforadamente al tiempo que gritan como locos ¡¡bien, bien, muy bien!!. Algunas de Sus Señorías se trasladan desde sus escaños para acercarse a los de los bancos contrarios y se funden en abrazos con quienes son sus adversarios políticos. Finalmente, el señor presidente, advirtiendo tamaña algarabía y consciente de que nadie le escucha ya, da un fuerte golpe con la maza sobre la mesa y levanta la Sesión”.

Larga vida a la Constitución de 1978

La Constitución no es la Biblia por lo que es un texto reformable. Sin embargo, muchos pensamos que antes de abordar semejante empeño se debería echar una mirada al pasado reciente de nuestra historia para no dar ocasión a que se desmorone el edificio constitucional que tanto esfuerzo costó levantar. Y cuando se celebre en 2028 el 50 aniversario de este texto providencial, tal vez no será necesario invitar a los parlamentarios que lo hicimos porque lo más probable es que lo celebremos desde otro lugar donde gozaremos de mejores vistas.

Una niña gitana de ocho años agoniza hasta su muerte atropellada por una puerta metálica

Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya – Abogado y periodista – Unión Romaní – 3 de diciembre de 2021

Sé muy bien que este titular puede causar una cierta repulsa porque puede parecer sensacionalista. Y tal vez lo sea, pero créanme, no encuentro mejor manera para denunciar este dramático suceso.

La gitanita, ¡ocho años, no se olvide!, estuvo agonizando durante más de 20 minutos porque la pesada puerta metálica le aplastó la columna vertebral. Murió de asfixia y hemorragia interna.

     Hasta aquí la noticia. Que no es peor que muchas otras que hemos conocido últimamente en las que los niños inocentes son víctimas de la ceguera o el odio de los mayores, que se ceba en los cuerpos indefensos. Niños y niñas muriendo de frio y de hambre en las fronteras de los países que no les dejan entrar, o ahogados en las aguas del Mediterráneo, como le sucedió a Aylan un pequeño niño sirio de tres años que falleció junto a su hermano Galip, de cinco, y su madre, Rihan. Se ahogaron frente a las costas de Turquía cuando naufragó la pequeña embarcación que los transportaba.

Pero esto, con ser trágico, no es lo más grave

     Efectivamente, lo que es verdaderamente gravísimo, inhumano y condenable es que hasta siete personas pasaran por delante de la pobre niña que se moría aprisionada por una pesada puerta metálica y no hicieran ni siquiera el gesto de ayudarla a salir de aquella terrible trampa. Cuando tuve noticia de la tragedia y me enviaron el vídeo que da testimonio de la horrible escena de la agonía de la niña, confieso que no tuve el valor de reproducirlo. Mi capacidad de sufrimiento tiene un límite y no me vi con fuerzas de ver las imágenes que el video encerraba. Al final, pasadas unas horas me enfrenté a la terrible realidad de la película.

     La niña se llamaba Olga y su trágico final fue grabado por la cámara de seguridad de la fábrica de Keratsini, suburbio situado en el puerto del Pireo, donde la niña entró. Al día siguiente por la noche, la cadena de televisión Star TV emitió un reportaje en el que aparecen varios trabajadores de la fábrica mostrando una indiferencia sin precedentes. Nadie hizo nada para ayudar a la niña a salir de su aprisionamiento. Es más, en algún momento, un trabajador se acercó a la niña con el fin de ver si estaba viva o muerta.

     Hay un hecho de especial relevancia que a mí me suscita una grave incógnita. La cámara de seguridad de la fábrica dice que a las 18.31 entró un camión en el recinto de la fábrica, para lo cual se tuvo que abrir la puerta metálica que tenía a la niña aprisionada contra la pared. Lógicamente, el cuerpo de la niña se desplomó en el suelo. No queda nada claro si el conductor la vio. Lo cierto es que tres minutos más tarde, a las 18.34, la puerta se volvió a cerrar quedando la pequeña Olga aprisionada por segunda vez.

     La cadena de televisión TVXS ha publicado un video tomado de la filmación realizada por las cámaras de seguridad, —por cierto, de malísima calidad—, en el que resulta muy difícil identificar a las personas que atravesaban la nave en la que se ven dos camiones aparcados cuya parte trasera parece que invaden otras tantas puertas. No obstante, la cadena informativa ha realizado un magnífico trabajo reelaborando un video, con figuras humanas simuladas en 3D, donde se da cumplida información de cómo se sucedieron los acontecimientos. Sobre todo, queda clarísima la secuencia en que la puerta se abre, entra el camión, y automáticamente tres minutos después, la puerta se vuelve a cerrar aprisionando por segunda vez a la pobre niña. Objetivamente podría afirmarse que el conductor del camión no pudo ver el cuerpo de Olga caído en el suelo, porque estaba en la parte opuesta al volante del conductor.

Hasta aquí la descripción de los hechos

     En Grecia se ha producido un serio debate sobre sobre las graves acusaciones que unos y otros se echan en cara. Una de las presentadoras de un programa de televisión, conmovida, no ha podido retener unas lágrimas al iniciar la información. Sin embargo, hay que valorar que la familia de la niña ha manifestado sus dudas sobre si hubo un motivo racista detrás de la indiferencia de los trabajadores.

     Pero llueve sobre mojado. El recuerdo reciente de las agresiones que hemos recibido en aquel maravilloso país justifica las dudas de la familia de la niña muerta. Los gitanos griegos recuerdan el ataque multitudinario que sufrieron en la localidad de Etolikon, en el oeste de Grecia. Según confirmó la Policía, unos 70 habitantes de este pueblo, muchos de ellos encapuchados, atacaron un barrio habitado por gitanos: incendiaron seis viviendas y cuatro vehículos. Según los medios locales, en la agresión participó un grupo de militantes del ilegalizado partido neonazi “Amanecer Dorado”, entre ellos el en aquel momento diputado Konstantinos Barbarusis.

     Por cierto, tal como publicamos el año pasado, la justicia griega tomó la trascedente decisión de meter en la cárcel a Nikolaos Michaloliakos, y con él a la banda nazi y fascista, que durante los últimos diez años ha llevado al país donde nació la democracia a lugares peligrosísimos en los que la violencia y el terror se enseñoreaban en los barrios más humildes.

Donde no existe la compasión solo reina la barbarie

     La compasión, dicen los psicoterapeutas más acreditados, “es un comportamiento dirigido a eliminar el sufrimiento y a producir bienestar en quien sufre. Es fundamental para lograr la calma y el bienestar y potencia nuestras relaciones sociales.”

     Cuesta trabajo imaginar que unas personas puedan permanecer insensibles ante el sufrimiento de una niña —da igual que sea gitana o gachí, negra o amarilla— que sufre crueles espasmos porque no puede respirar a causa de una plancha metálica que le aprisionaba el cuerpecito contra el marco de la puerta.

     Lo que me hace pensar que la desgracia ocurrida en la fábrica de Keratsini, situada en el famosísimo puerto de El Pireo, podría haberse evitado si quienes vieron el sufrimiento de la niña hubieran tenido un gesto de compasión.

     Pero no lo tuvieron, porque los demonios, aunque algunos tengan forma de seres humanos, jamás deberían salir del fuego del infierno.

Barcelona también es cuna del Flamenco

Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya – Abogado y periodista Unión Romaní, 17 de noviembre de 2021

Como casi siempre me debato al empezar a escribir mis comentarios, que por lo general me salen más largos de lo aconsejable, entre profundizar sobre el conocimiento científico que pueda tener de los temas que trato, o bien dejarme llevar por mis vivencias personales de esos mismos temas, suponiendo que las tenga. Y eso es lo que me sucede en este instante. Hoy se celebra el aniversario del reconocimiento por parte de la UNESCO del “Flamenco como patrimonio inmaterial de la humanidad” y es obligado que plasme en un par de folios lo que ese hecho me inspira. Pues bien, vamos a ello.

   Intencionadamente he titulado este comentario atribuyéndole a Barcelona el papel indiscutible que le corresponde como plataforma de lanzamiento y divulgación de este arte tan singular. Y lo hago desde el conocimiento directo que he tenido a lo largo de mi vida de la realidad flamenca de Barcelona.

   Un día, allá por el año 1971 —aún faltaban cinco años para que Franco muriera— yo tenía veintitantos años, cuando Juan Manuel Soriano, jefe de programas de Radio Nacional de España, me invitó a que creara y presentara un programa de radio sobre cualquier tema que yo conociera. Le manifesté mi incapacidad, por desconocimiento, para llevar a cabo tan sugestivo ofrecimiento. No obstante, le dije que del único tema del que me veía con ánimo de opinar era de “Flamenco”. Y lo podía hacer poque desde mi infancia había vivido en ese ambiente. Se sorprendió cuando le dije que era sobrino carnal de “La Paquera de Jerez” y primo directo de Antonio Núñez “El Chocolate” y de “Pansequito del Puerto”. Luego, con el tiempo, nacerían mi sobrino “Juanillorro” (q.e.p.d) cuya personalidad cantaora me evoca la figura de Manuel Torre y mi sobrina Salud Heredia cuyo baile es como un manojo de mimbres canasteros capaces de dibujar en el aire la mejor canasta gitana que pudiera entretejer nuestra abuela María.

Y así nació mi “Crónica Flamenca”

   Fue un espacio radiofónico de media hora diaria que se mantuvo en antena durante diez años continuados. Algún día me animaré a escribir la historia de ese programa de radio que era un testimonio vivo y poderosísimo de la fuerza del Flamenco en Barcelona. Decenas de miles de oyentes sintonizaban cada día un programa de Flamenco puro, riguroso en el tratamiento y con la seriedad con que deben analizarse las manifestaciones culturales de un pueblo. En mi “Crónica Flamenca”, portavoz de la afición flamenca repartida por toda Cataluña, no estaban permitidas expresiones tan populares, como bien intencionadas, como decir “¡Viva la mare que te parió!”. Yo era consciente de que tenía que transmitir a la audiencia, no solo a los gitanos y a los andaluces, sino a los miles de aficionados de los más diversos puntos de España que me seguían, la imagen de una manifestación cultural, patrimonio de todo un pueblo, que había logrado transmitir a través del cante, del baile y de la guitarra la riqueza indestructible de su cultura milenaria.

   No tardó mucho tiempo en que ese reconocimiento se hiciera patente. Se crearon muchas “Peñas Flamencas” en casi todas las ciudades importantes de la provincia. Todas pletóricas de actividad. “Crónica Flamenca”, con una unidad móvil transmitía en directo los festivales que semanalmente se celebraban en ellas. Y junto a las peñas, o mejor, antes que ellas, estaban los tablaos flamencos. Dos de ellos, Los Tarantos de la Plaza Real y El Cordobés en Las Ramblas han estado muy directamente vinculados a mi actividad profesional. De ellos me ocuparé más ampliamente otro día. Pero debo señalar dos de los espacios más sobresalientes que desde Barcelona se proyectaron en el resto de España: El primero fue la concesión del Premio Nacional otorgado por la Cátedra de Flamencología que dirigía Juan de la Plata desde Jerez. El otro fue el reconocimiento que desde La Unión (Murcia) se hizo de forma continuada de la labor didáctica y divulgadora que se difundía desde Barcelona de los llamados “cantes libres” tal como los bautizara don Antonio Chacón: Malagueñas, granaínas, tarantas, cartageneras y sobre todo mineras. Desde lo más profundo de alguna mina, Radio Nacional de España en Barcelona llevó al mundo el cante del minero que se lamenta diciendo: “Monte arriba, sierra abajo, / con mi carburico en la mano / camino del trabajico / cuando pienso en lo que gano / me vuelvo desde el tajico”.

 La Olimpiada del Flamenco

   Pero el gran boom lo dio Barcelona cuando en el año 1974 los responsables de la radio me encomendaron la organización de un gigantesco festival flamenco con el fin de recaudar fondos para un programa benéfico. Durante más de 12 horas —el espectáculo empezó a las cinco de la tarde y acabó a las cinco de la mañana del día siguiente— casi todos los artistas flamencos de España, gitanos y no gitanos sin excepción, se ofrecieron para actuar en el Palacio de los Deportes barcelonés que pudo albergar más de 10.000 espectadores. Algunos diarios publicados al día siguiente dijeron que se quedaron en la calle por no tener entrada, casi 5.000 personas. En los alrededores del Palacio pudieron verse autocares que habían traído aficionados desde Francia y sobre todo de Alemania. Pero hay más.

   La historia del Flamenco debería ser muy fácil de describir si no fuera por la controversia que su sola existencia ha provocado entre algunos historiadores, y en otros personajes no menos racistas, que nos han negado a los gitanos el pan y la sal en la creación de este arte que es patrimonio de la humanidad. La música flamenca, tal como la conocemos, es muy joven. Apenas si tiene 200 años de historia. Este término, aplicado a lo que hoy conocemos como “Flamenco” apareció en Andalucía a finales del siglo XVIII y principios de XIX. Los datos documentados con que contamos dicen que fue en 1770 cuando los gitanos dieron a conocer unos cantes y bailes que fueron lo antecedentes de lo que hoy conocemos como flamenco. Y llegados a este punto quiero recomendar a mis lectores que si quieren ilustrarse con seguridad sobre el tema que nos ocupa deben leer “Mundo y formas del cante flamenco” del que son autores Ricardo Molina y Antonio Mairena. Nunca he dudado en calificar este trabajo como “la biblia” del flamenco. Es un libro difícil de encontrar en librerías, aunque ha sido reeditado por diferentes editoriales.  La primera edición apareció en 1963 publicado por la “Revista de Occidente”

 Flamenquistas y antiflamenquistas

   Utilizo esta dicotomía por no decir “gitanistas” y “antigitanistas”. Los primeros son los que dicen que “el flamenco es de los gitanos. Los gitanos lo crearon y solo a ellos se debe su existencia”. Los segundos sostienen todo lo contrario, es decir: “el flamenco es de los gachés, y el único propietario de este arte es el pueblo andaluz. Los gitanos son sus intérpretes excepcionales —menos mal— pero no han contribuido en absoluto a su creación”.

   No entraré en mayores discusiones. Yo creo que ninguna de las dos afirmaciones es cierta en su totalidad. El Flamenco en su conjunto no hubiera sido posible sin la conjunción de diferentes culturas presentes en Andalucía desde el siglo XV. Todo ello sin desconocer que determinados “palos” del flamenco sumergen sus raíces en la más vieja tradición gitana. Siguiriya, soleá, tona y tangos constituyen la más genuina aportación genuinamente gitana al Flamenco tal como hoy lo conocemos.

   Pero no debo poner punto y seguido a este apretado comentario sin señalar a la generación del 98 donde aparecen la mayor cantidad de intelectuales que se declararon abiertamente enemigos del Flamenco y de las corridas de toros. Es de justicia sacar del grupo a los hermanos Manuel y Antonio Machado, ambos sevillanos e hijos de Antonio Machado Álvarez “Demófilo” sobradamente conocido entre los folcloristas.

   Pero el peor de todo ellos fue Eugenio Noel, escritor madrileño. Un tipo controvertido que fue religioso y del que se ha escrito que en 1913 inició su campaña antiflamenca recorriendo toda España, viajes de los que dejó escritas varias crónicas, en las que se fijó en especial en las injusticias sociales, lo que no le impidió mantener a lo largo de toda su vida una pertinaz campaña contra el flamenquismo.

   Dicen las crónicas que “Murió en la miseria en una cama alquilada de un hospital barcelonés, el 23 de abril de 1936 y que, al enviarse su cadáver a Madrid, se extravió en una vía muerta de Zaragoza, lo encontraron y fue enterrado en el cementerio civil de Madrid”.

   Murió en Barcelona, —cosas de la vida— ciudad que tanto contribuyó a que la UNESCO declarara el Flamenco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.